En algunas radios universitarias y culturales aún operan a contracorriente formatos musicales alejados del mainstream de las frecuencias comerciales. Las opciones para escuchar algo más que pop, ese género que se prostituye exitosamente por igual con la banda que con la música formal, encuentran su mejor nicho en las estaciones permisionadas e incluso en Internet, un medio que les sirve de extensión a éstas y a otras propuestas que difícilmente cabrían en una radio que sólo vive de fórmulas probadas –y desgastadas- para sostenerse.
A Melissa, por su parte, le gusta hablar sobre la mitología, la historia y la música pocajutas. Ella, quien es la más experta en estos aspectos, comenta algunos datos de contexto sobre la isla: “se trata de un pueblo mestizo. En un principio los únicos habitantes eran una etnia de indígenas blancos; un grupo de navegantes noruegos que en el siglo V a.c. se perdieron durante una tormenta y se salvaron gracias a que uno de ellos reconoció en un salmón bífido la promesa de tierra firme. Fue así que llegaron a Pocajú los primeros pobladores”. Y añade: “su cultura tiene que ver con la abundancia y la variedad, las mezclas insólitas. Las sonoridades van desde el chocar de dos cocos hasta un piano compuesto percutido con la pluma de un quetzal. (Es un pueblo) obsesionado con el baile, la música, la playa y la alta gastronomía”.
Pero no se vaya a creer que este sitio es ajeno a los problemas que ocurren en cualquier lugar donde hay convivencia humana. De hecho, según explica Melissa, tener un marajá complica las cosas un poco, si bien no pasan de ser una proyección caricaturizada o simplificada de los que pasa en los países más populares por altos índices de corrupción, inseguridad, pobreza y contaminación, como México. “En los últimos hechos recordamos el cambio de lugar de la fuente de los decibeles, la prohibición de la tanga masculina, la extinción de las atolondras (las aves más estúpidas del mundo), el incendio del Malambó dancing club o el destape de los Expedienes M de la isla (aquí nos enteramos de que durante la próspera década de los 50 el Marajá llevó a cabo una inmensa puesta en escena para disfrazar las ricas costas de Pocajú de una tierra miserable y llena de chabolas para cesar así la inmigración)”, cuenta la conductora.
* Colaboración que publiqué en el más reciente número de la revista Replicante, dedicada a la música.
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