Llegué puntual a las puras 8:00 a la casilla que me corresponde para votar, en la oficina de la asociación de colonos, justo a un costado de un templo, en la zona donde vivo. Había unas 30 personas y conforme pasaban los minutos la gente, en lugar de reunirse en el atrio de la iglesia, se iba juntando cerca de la casilla. A las 8:30 la fila había crecido considerablemente, yo calculo que seríamos unas 100 personas. Prácticamente todos los que estábamos ahí llegamos pensando en que las casillas se abrirían a las 8:00, pero no. Según un observador del IFE –que parece que no servía más que para eso, que porque el código electoral no le permitía hacer más- a esa hora comenzaría la instalación de las casillas. Todos estábamos seguros de que la publicidad que vimos en los medios masivos indicaba que a partir de esa hora podríamos comenzar a votar. El del IFE sólo insistía en que tendríamos que esperar hasta que terminaran de llegar los funcionarios de casilla, de instalar todo y que sí, que el IFE había anunciado tanto la apertura de las casillas como el inicio de votación a la misma hora. Era evidente que la publicidad cumplió con su cometido de convocar a las urnas, pero fue fallida en las expectativas que creó entre quienes tuvimos la intención de cumplir con el compromiso a primera hora. La gente comenzaba a desesperarse y la fila seguía creciendo, varios preguntamos si tendríamos que acomodarnos por orden alfabético y una señora mayor, del equipo de ciudadanos que fueron seleccionados por sorteo para ordenar todo esto, nos dijo amablemente que no, que todos hiciéramos una sola línea. Un hombre que estaba delante de mí recibía llamadas de su familia. Su esposa y sus hijos votaron a las 8:20. Platicamos un poco, él tenía que estar desde temprano en el Tribunal Federal Electoral del estado y acudió también desde las 8:00 a la casilla con la idea de votar temprano para luego dedicarse de lleno a su labor en el tribunal, que probablemente se entendería hasta el medio día de mañana, según comentó. Se lamentaba de no haber hecho a tiempo su cambio de domicilio en el IFE para poder votar en la misma casilla que lo hizo su familia. El hombre siguió recibiendo llamadas de otros conocidos en diferentes puntos de la ciudad, todos habían votado ya. La gente seguía llegando. Algunos, al ver que la fila no avanzaba se iban, mientras que otros de los que ya tenían rato formados empezaban a alborotar a los demás con sus manifestaciones de enojo. El del IFE no se salía del guión: “se avisó que a esa hora empezaría la instalación de casillas, y aunque los funcionarios hubieran querido montarlas antes para que todos los que llegaran a las ocho pudieran votar, no habrían podido porque eso iría contra el código electoral”. Pero el problema de fondo no era ese, sino que, además de la información equivocada emitida por la publicidad, los mentados funcionarios llegaron tarde y no lograban ponerse de acuerdo entre ellos para atender las dudas y las quejas de los que iban llegando en el entendido de que a esas alturas la fila debería estar avanzando y las votaciones tendrían que estar fluyendo de manera ordenada. De las oficinas entraban y salían mujeres con cartulinas del IFE, una pegó unos avisos escritos a mano en la entrada, que indicaban letras del alfabeto correspondientes con cada una de las casillas. “Vamos a hacer tres filas, por favor, los que tenga apellido con a, a la g, aquí, los que tengan apellido con s, aquí, y los demás en esta” dijo la señora. Por supuesto que todos protestamos y pronto salió un señor, el presidente de la casilla, para calmar los ánimos: “Miren… es que así debe ser”. Casi lo linchan los que estaban a la cabeza de la fila después de recordarle que una funcionaria nos había dicho a todos que hiciéramos sólo una línea. Al ver que ni ese funcionario, ni el observador del IFE ni los representante de los partidos hacían mucho por poner orden, uno de los que estaban haciendo fila tomó el mando y le ordenó al presidente que mejor fuera canalizando a la gente a las casillas de acuerdo con su apellido, respetando la fila como estaba. El funcionario, terco, por un momento hizo caso omiso a la indicación del elector y siguió preguntando a la gente formada por sus apellidos para dividirla en tres filas. En respuesta varios le recordaron a su madre. “Cabrón, si hasta parece político, nomás quiere imponer su voluntad y no oye a la gente que ya tenemos más de una hora formada”, decía un muchacho que estaba a tres personas de mí. El del IFE seguía al pie de la letra su libreto y a ratos hacía llamadas para reportarle a alguien que esta casilla era un verdadero desmadre, sorprendido por las expresiones de enojo, “y eso que aquí es zona de gente bien”, decía. De lejos yo alcanzaba a ver que dentro de las oficinas de la asociación de colonos tenían problemas para armar las casillas, en varias ocasiones se vinieron abajo, los soportes parecían muy endebles. Algunos funcionarios parecían discutir algo en lo que no conciliaban sus opiniones. Algunos electores decidieron abandonar la fila a esas alturas, pues tenían que ir a trabajar a las nueve. Mi vecino de fila seguía recibiendo llamadas de conocidos que ya habían votado. En la radio local los conductores transmitían los reportes desde distintasa partes de la ciudad en las que todo parecía transcurrir normalmente y la mayoría de las casillas estaban funcionando ya. A las 9:05 (40 minutos después que en muchos otros puntos de la ciudad) entró el primero de los formados a votar y el presidente de la casilla no tuvo más que seguir la indicación de dejar una sola fila. Si desde el principio se nos hubiera ordenado en tres líneas, mi mamá, que fue a votar a la misma casilla tres horas después, habría hecho menos tiempo formada y el número de votantes en esta zona habría sido mayor, pues dice que por respetar una sola línea a ratos se quedaba vacía una de las casillas y se saturaban las otras dos.
Carajo, como es posible que no podamos organizarnos ni para ser puntuales en un día como hoy en que ni las prisas ni el tráfico apremian como entre semana, que no podamos armar cajitas de cartón, acomodar mesas o disponer un espacio para que la gente simple y sencillamente presente su credencial, sea ubicada en un libro y reciba hojas para tacharlas y depositarlas en las urnas correspondientes. Cómo queremos que el país cambie si ni siquiera las cosas más sencillas podemos resolverlas ordenadamente. De nada sirve participar con buenas intenciones si nuestros modos no están a la altura de la causa. Contra la hueva, la decidia y la falta de sentido común ni las ideas mesiánicas de AMLO, ni las propuestas alternativas de la señora Mercado, ni ninguna de las que nos parezcan rescatables de cualquiera de los presidenciables pueden hacer mucho.

Son las 15:00 horas. El corte informativo de lo noticieros es que la jornada está transcurriendo en calma, en general, aunque se ha detectado que, inusitadamente, hubo muchos cambios de funcionarios de casillas en Baja California. En Chiapas hay reportes de boletas extraviadas. Me detengo en Imagen Informativa. Fernanda Familiar comenta que en alguna ciudad del país le preguntaron a varios jóvenes si sabían quién es el secretario de salud federal, por no sé qué razón. Respondieron que tal funcionario es el doctor Simi. Qué perla tan ilustrativa para demostrar que el cambio no se da automáticamente tachando en la boleta una opción que promete elevar los índices de felicidad a partir de hoy, que el cambio se provoca con propuestas sólidas y complejas que incidan de manera profunda en las estructuras culturales y educativas del ciudadano común.

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