En memoria de Armando

La siguiente es una carta que escribió Iván González por la muerte de un querido amigo común, Armando Hernández, quien era de los pocos que de vez en cuando se asomaban por aquí. Me gusta pensar que él, desde algún lugar cómodo y con un punto de vista privilegiado -como todos los que se han ido-, mira con cierta gracia la tristeza que nos ha provocado su ausencia física porque no entendemos todavía lo absurdo que es vivir olvidando nuestra condición de mortales, con un marcado apego a todo lo que se puede ver, tocar, oler... Por eso, los que convivimos de cerca con él, lo extrañamos tanto.

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Amigos todos:


El 2 de enero pasado, martes, cumplí años, tomé un autobús con mi novia Vera y llegamos a Manzanillo, con mi familia, y en mi restaurante favorito, un grupo de cuatro guitarreros me cantó Las Mañanitas ante un pulpo borracho. Después, mi chica y yo dormimos toda la tarde un desvelo que en ella acumulaba semanas. Por la noche, despertamos con la noticia de que un pariente mío fue asaltado por un taxista, aunque estaba bien. Más o menos a la hora en que yo acompañaba a mi familiar a poner una denuncia, mi amigo Armando Hernández chocó contra un tráiler en carretera y murió. Yo no me enteré sino hasta la tarde siguiente.

No soy parte de la familia de Armando, así que debo decir poco; aunque hubo una época en que fuimos una familia (“pequeña y rota, pero buena”, diría Stitch, en la película de Disney). Ya la mayoría de ustedes conoce las circunstancias de su fallecimiento, y hasta pudo participar en un servicio funerario en Guadalajara. Su cuerpo está sepultado en Jardines del Tiempo, un panteón en Morelia, donde él nació hace 37 años y medio. Trabajaba en el ITESO y trabajó tanto en Público como en Siglo 21. Tenía una novia a la que no conocí, pero espero que fueran felices en el tiempo que les fue concedido; y tuvo una hija, Gala Sofía, una niña encantadora.

Si escribo esta carta es porque siento una necesidad de dejar testimonio de lo que supe de Armando en los años pasados. Lo conocí cuando él tenía 26 años, edad que yo recién dejé atrás. Trabajábamos en un periódico que aún se llama Cambio de Michoacán, en Morelia, donde fuimos formadores (en términos de Público: una mezcla curiosa pero eficiente entre un paginador y un editor). Era un tipo con un agradable sentido del humor, aficionado al café y a los cigarrillos, y al ajedrez, y era el favorito de nuestro jefe de redacción y le teníamos un poco de envidia por eso. Pero aceptaba desvelarse con nosotros, los demás paginadores, cuando nos entraba la culposa gana de irnos al único Sanborns 24 horas de la ciudad después de la edición, para platicar hasta que volvieran a pasar las combis. Tres de nosotros, y hoy mismo todavía no sé por qué razones, decidimos mudarnos a Guadalajara. Como pretextos: Armando y César querían trabajar en Siglo 21; yo quería estudiar una licenciatura en periodismo. Armando llegó acá, si mi memoria no falla, en mayo de 1997, cerca de su cumpleaños; César llegó en junio; yo llegué el 6 de octubre.

Los siguientes dos años fueron difíciles. Como César y como yo, Armando a veces desesperó por las dificultades que reservan a los extraños las ciudades extrañas. Pero es agradable recordar que estuvimos juntos; que supimos cuidarnos mutuamente, mientras estuvo en nuestras manos; que nos esforzamos por darnos ánimos cuando ninguno de los tres los tenía siquiera, cuando nos angustiaba admitir que ignorábamos a qué habíamos venido —nadie llega a saber nunca a qué va a ningún sitio. Alguna vez compartimos hogar. Luego, Armando encontró a una chica que lo quiso muchísimo y nos dejaron su casa, en Federalismo cerca de Plan de San Luis. Por Armando entré a Público: Raúl Acosta lo llamó como su asistente en El Tema y Armando me recomendó para suplirlo en Sucesos. A Armando, el periodismo le entusiasmaba más de lo que yo merezco explicar. Y aquí decidimos quedarnos —César se fue—; y en esta ciudad cada quien hizo una vida, o algo parecido. Y en mi condición indignamente cursi, cuando, cada 6 de octubre, recuerdo que vivo en una ciudad donde no tengo familia, pienso de corazón que vine con dos hermanos que fueron mi familia primera. Pequeña y rota, pero buena. Que, digámoslo así, nos protegimos de la locura.

Nos alejamos, pero nunca rompimos el vínculo. Él estuvo presente cuando yo cumplí 18 años, cuando decidí casarme la primera vez —pero no lo hice— y también cuando me gradué de la universidad. Sospecho que a él debo ofrecerle disculpas porque ésta es la primera vez que sentencio algo tan trivial e injusto como lo que sigue, pero hubiera querido estar cerca en otras ocasiones, importantes para su vida. Que los amigos se alejen no quiere decir que se aprecien menos: la amistad no es un estado de la materia, que disfrace en formas diferentes lo que es lo mismo en el fondo. Aun enmascarada, frágil u oculta, la amistad persiste, y se conserva tan bien como cuando se le halla sólida y sana y fuerte. Vale la pena sacudirle de tanto en tanto el polvo; pues no se transforma: se crea o se pierde, de una vez sola y para siempre en ambos casos.

Lo vi por última vez en la FIL, en diciembre pasado; yo tenía tal cantidad de microbios nocivos en el cuerpo que apenas pude caminar a saludarlo. No parecía de 37 años, si me lo permiten; y en aquella enfermedad, pensé si yo no me vería más cerca de esa edad.

Sé que entre ustedes hay muchos que lo extrañarán. Era un tipo genial: confiable y honesto, y dispuesto a ofrecer su ayuda a quien la necesitara, casi blindado contra la hipocresía, y no es posible afirmar tanto de muchas personas que yo conozca —de mí mismo, por ejemplo. Y tenía una serie larga de defectos, comunes a nuestra especie, presentes en mí y en ustedes, nada extraordinario que le allegara, espero, el rencor o el odio de algún semejante. Ojalá que un puñado de ustedes coincida conmigo en esa descripción. Una desgracia penosa se lo ha llevado, y no podemos hacer nada contra ello. Está en nuestras manos recordarlo como fue, sin exagerar las cualidades que lo hacían amable. Y mientras estemos presentes en este planeta, desalentador pero tan atractivo, podremos, como Armando cuando así lo decidió, ser algo confiables e incluso intentar ser honestos, y quizá mostrar algo de disposición para ayudar a quienes puedan necesitarnos, y hasta, en remotas oportunidades, experimentar auténticos pruritos que nos mantengan a suficiente distancia de la hipocresía.

Escribo esto para que me ayuden a desearle un buen viaje a un hermano buscado largamente y al que felizmente encontré: que llegue pronto y no sin comodidades y le espere algo sereno, con buenos cigarrillos y un café que le sea caro, y contendientes a su altura en el juego infinito del “severo / ámbito en que se odian dos colores”. No podrá saberse más qué es de él (“¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza?”). Ojalá que, en el sitio donde ha ido, se acuerde de reservarnos el mejor lugar que quede aún disponible. Ojalá su enorme familia, en esta tierra, halle paz. Ojalá esté él en paz.


Iván González Vega; 8 de enero de 2007, Guadalajara


Una referencia poco meritoria

Sección de sucesos, 01:42, 10/09/97-0, solo para presumir

From: sucesos@(...)(seccion de sucesos)

To: cambio@(...)

Subject: solo para presumir

Date: Wed, 10 Sep 1997, 01:42:07 -0500

Iván:

Aunque te cueste trabajo mandarme una respuesta, te seguiré escribiendo hasta que me contestes.... Ai te voy....

Aquí en guanatos fue un éxito la salida del nuevo periódico Público. el día de la inauguración estuvieron personalidades, como la vieja esa que es la directora de la Jornada. también vinieron mariachis y hubo brindis que empezó de mucho caché, con vino blanco y toda la cosa. Luego el brindis degeneró en peda con chelas mientras cerca de doscientas personas esperábamos a que saliera el primer número en la rotativa. Como te imaginarás, los problemas surgieron y la máquina tortilladora que hace los periódicos se madrió y tardaron como dos horas en arreglarla. La última página salió de la redacción como a las 2:30 de la mañana y en rotativas empezaron a chambear como a las 3:30 horas. Luego se madrió y casi todos no fuimos, ya pedos, a nuestras casas. Finalmente, el periódico salió como a las 6 de la mañana. El primer día se tiraron 22,000 periódicos y a las 12 del día ya no había ninguno en la calle, nisiquiera en la redacción había números de deshecho. Fue un milagro conseguir el primer número; también en el transcurso del día llamaron 250 personas para suscribirse al periódico. Al día siguiente, previendo la gran espectativa que se generó el primer día, se tiraron 25 mil diarios, que también se vendieron como chelas en estadio. Hoy, de acuerdo con fuentes de comercialización, ya había cerca de 500 suscriptores y se iban a tirar como 27,000 ejemplares. Como verás, este periodiquillo ya se hizo famoso gracias a lo que sucedió en Siglo 21. Por lo pronto, las ganancias se repartirán entre todos los accionistas, y yo soy parte de ellos, así que estoy esperando hacerme rico (sin albur) en estos próximos años.

Siempre tuyo....

Armando

Printed for Cambio de Michoacán

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